Era un frío sábado invernal, solo la lluvia que repiqueteaba en la
ventana y los sollozos entrecortados de Estela rompían el silencio, yo solo
podía pensar en el vacío que Ramón había dejado en la mesa, en el bar, en
nuestros corazones. Nos habíamos conocido en el hospital cuatro años antes, su
padre agonizaba en la cama de al lado, yo, agonizando en mi propia cama,
necesitaba una conversación que me distrajera. Nunca sospeché lo increíblemente
perfecto que sería ese hombre tan feo para hablar, hablábamos de todo, de fútbol,
de música, de política, de lo buena que estaba la enfermera del turno de
noche... En aquellos momentos ambos
pensábamos que yo moriría de todas maneras, así que ¿por qué no disfrutar el
tiempo que me quedaba?. Y así lo hice, gracias a Ramón empecé a disfrutar. Me traía comida decente a
escondidas, no es que la del hospital fuese mala, pero mi dieta era muy
restringida. Cuando su padre murió él siguió viniendo a verme, se sentía solo.
Comenzamos a visitar todas las plantas, por la mañana le leíamos cuentos a los
de la planta de pediatría, y por la tarde, en geriatría, manteníamos profundas
tertulias entremezcladas con los recuerdos de los ancianos. Susana, mi pareja
estaba harta de buscarme por el hospital, aunque siempre supo perdonarme...
En ese momento
desperté de mis ensoñaciones, Susana acababa de entrar en el bar, no me lo
podía creer, con su pelo más largo, su sonrisa y sus ojos castaños enormes,
pero apagados por el cansancio. Seguía siendo la hermosa mujer de la que me
enamoré un verano, la hermosa mujer que perdí por no saber decir "te
necesito". Se acercó a la mesa y tras saludarnos a todos se sentó en el
lugar que solía ocupar Ramón;
seguidamente me miró, sonrió y dijo:
-Estas hecho
una mierda.
-Gracias, tu
tampoco es que estés hecha una rosa- contesté sonriendo triste y cansadamente.
- La muerte de
Ramón me ha tenido despierta toda la noche- dijo con un deje de tristeza.
-Creo que
ninguno ha conseguido dormir, aunque en mi caso es porque he estado buscando la
póliza de seguros en casa de Ramón y he intentado poner los papeles en regla-
dije yo.
-De ese tema
quería hablar con todos, Ramón ha dejado indicaciones para todos en su
testamento.- esa mujer que estaba sentada a mi izquierda, esa Susana tan
conocida y diferente para mi, era la abogada de Ramón- Así que tenemos que
reunirnos en mi despacho el Lunes si os va bien a todos.
Todos
asentimos con la mirada perdida en el
vaso de espumoso líquido dorado que había envenenado a Ramón la noche
anterior.
Estela hacía
rato que se había desahogado, los ríos de lágrimas se habían secado en sus
mejillas, aún así no soltaba la mano de un alicaído y melancólico Alberto. Cada
uno tenía un repertorio de extraños pero
entrañables recuerdos con el difunto. Y se dedicaron a repasarlos mientras
Susana y yo hablábamos.
-Bueno y ¿qué
es de tu vida?- Preguntó muy seria y con sus grandes ojos clavados en mi.
-Nada ha
cambiado desde que me abandonaste, soy más viejo, pero todavía no he matado al
niño que hay en mí- contesté con algo de desdén.
-Yo no te
abandoné, tú me echaste, después de salir de tu enfermedad habías cambiado, ese
niño se fue de vacaciones- dijo ella con dureza.
-Dejemos ya el
tema, por lo menos por hoy, no tengo ni fuerzas ni ganas para discutir.- No
solo era por falta de ganas, sabía que ella tenía razón, me transformé en un
monstruo, insoportable para casi todos.
Ella no tuvo la culpa de mi malestar. Al contrario, soportó más de lo
que nadie podría aguantar, supongo que el amor es un buen soporte, pero como
todo se estropea y se rompe.
Cogió su bolso y sacó unas tarjetas de visita en la
que estaba impresa la dirección del nuevo despacho. Era aséptica, como la
atención de un médico astiado de pacientes. Siempre imaginé mi vida teniendo a
Susana a mi lado, con su frialdad, su manera sistemática de pensar, de decir
las cosas sin adornos, tal y como le pasaban por la cabeza. El hecho de que se
fuera, o más bién de que yo la echase, me dolió tanto... me sentí vacío en mi
nueva vida sin ella. No había encontrado a otra persona, Susana era insustituible,
o eso quise creer siempre.