jueves, 20 de octubre de 2011

La cuestión

Ella esperaba mirando hacia ambos lados, en el parque,  tenía la sensación de irrealidad de los sueños, aunque con ese sentido característico. Su piel ardía, se mordía las uñas y el frío de abril no impidió que un sudor frío le recorriese el cuerpo.
No sabía que era eso tan serio que quería decirle él, pero cuando hablaron por teléfono su voz era entrecortada, él  hablaba como si tuviese un nudo en la garganta, fue rápido ni siquiera le dijo un fugaz “te quiero”; de esos que no tenían significado después de dos años.
Él corría porque llegaba quince minutos tarde.  Un sentimiento, una duda pesaba en su pecho, quería llegar y contarle todo, quizás se había precipitado aquella noche, pero ya no había marcha atrás.
La vio medio malhumorada en el banco de aquel parque, de repente se paró y al dejar de correr casi tropieza, sus ojos quedaron atrapados en el balanceo de aquel pelo, como siempre y no pudo evitar sonreír.
Ya no aguantaba más, ese impresentable la había dejado esperando en el parque, sabía lo que odiaba la impuntualidad, pero que no apareciese…  eso no se lo iba a perdonar.
Se disponía a marcharse cuando oyó su nombre, fue un susurro, apenas un suspiro a su espalda, se giró y abofeteó al hombre que más quería; mientras rebuscaba en su abrigo se disculpó con ella, dijo que llegó tarde por que estaba buscando aparcamiento.
Desde hacía unas noches había tomado una decisión, pero ya solo quedaba una duda y pretendía eliminarla, se arrodilló y sacó el anillo que estaba buscando en su abrigo. Ninguno dijo nada, las palabras estaban de más en ese momento. Ella empezó a llorar cogió el anillo y se lo puso en el dedo. Él se levantó la cogió de la mano y regresaron paseando hasta su casa.
Quizás esta noche yo también tenga una duda que tú deberías resolver...

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